UNA MODESTA REFLEXIÓN PARA ESTA SEMAMA SANTA
Sufrimos una pandemia que está provocando miles de muertos y a los más afortunados nos mantiene confinados en casa. Esta situación altera nuestros ritmos de vida, nos hace sentir vulnerables y necesitados unos de otros. Cada día, buscamos insistentemente motivos para la esperanza. Esta Semana Santa la viviremos de otro modo, pero volverá a ser un tiempo de gracia. Porque Dios mismo dice: En el tiempo favorable te escuché, y en el día de salvación te ayudé. Pues mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de salvación (2Cor 6,2).
Guarda silencio por unos instantes y, si es posible, contempla un crucifijo. A veces ayuda preparar un pequeño espacio para la oración en un rincón de la casa. Ante el Señor crucificado, toma conciencia del regalo que te ha hecho entregando su vida: eres miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo (1Cor 12, 12ss; 3,16). Agradece este don. Recuerda también que el día de tu matrimonio recibiste una bendición especial: el celebrante imploró la gracia del Espíritu sobre vosotros para que, en virtud del amor derramado en vuestros corazones, permanecierais fieles. De esa efusión del Espíritu brota todos los días el vigor interior de vuestra familia y la capacidad de manteneros unidos en el amor. Sois iglesia doméstica (LG 11; CIC 1655-1666). Abrid, por tanto, la puerta de vuestra casa al Señor que viene a celebrar la Pascua con vosotros.
En Jesús, descubrimos que la última palabra no la tiene la adversidad sino la resurrección y la vida: Es la fuerza del Espíritu Santo la que le hace abrazar la voluntad del Padre (Hbr 10,10), lo mismo que María (Lc 1, 38); la que le lleva a amarnos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1) y, al resucitar, hace que el amor triunfe sobre la muerte y permanezca para siempre (cf. 1 Co 13, 13). Por eso, cuando acogemos al Señor con un corazón limpio, es ese mismo Espíritu el que ilumina y da sentido a nuestras vidas, el que responde a nuestros anhelos, el que crea vínculos profundos entre nosotros; el que moviliza nuestras energías en pro de una humanidad más fraterna y respetuosa con la creación; el que alienta la esperanza de que alcanzaremos la plenitud más allá de la muerte.
El Señor Jesús nos abre las puertas del cielo cuando nos enseña a entrar en intimidad con el Padre y nos invita a adorarlo en espíritu y verdad (Jn 4, 23-24). Acojamos el don de Dios, alimentando nuestra vida con la oración y el Pan la Palabra, aunque por un tiempo no podamos hacerlo con el de la Eucaristía, y dejémonos transformar por dentro para que su amor produzca fruto abundante en nosotros.
La oración es lo más necesario y ha de ser lo más importante durante esta Semana Santa: oración de la familia, por la familia y con la familia. Esta práctica hará que nuestras relaciones sean más profundas y aportará a nuestra propia familia mayor solidez y cohesión. La oración hace posible que el Hijo de Dios habite en medio de nosotros: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Contemplemos las celebraciones del Triduo Pascual, que podremos seguir por diferentes medios, como un inmenso regalo de Dios. Al escuchar la Palabra resonará en nuestros hogares su propia voz. Hagamos un acto de fe. Sintámonos unidos al Señor de la Vida por la comunión espiritual; y a otros muchos hermanos que comparten una misma fe con nosotros. Oremos con un solo corazón y un solo espíritu, intercediendo por una humanidad herida, sedienta de amor y consuelo. El Espíritu vendrá en nuestra ayuda y nos hará orar como conviene (Rom 8,26).
Hace días escuché a la madre de un niño autista decir que su hijo le había enseñado a ser feliz amando. No podemos elegir las circunstancias que nos toca vivir, pero sí podemos poner amor en todas ellas; Jesús supo hacerlo. Hoy basta abrir los ojos para darnos cuenta de que estamos rodeados de personas que todos los días lo están haciendo. ¿No será que por eso arde nuestro corazón y nos alegra reconocer al Resucitado entre ellos?
Manolo Segura cmf