Los Santos

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Los Santos

"Entonces miré y vi una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda raza, nación, pueblo y lengua, de pie, delante del trono y del Cordero. Estaban vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos, y clamaban con potente voz diciendo: A nuestro Dios , que está sentado en el trono y al  Cordero, se debe la salvación." (Apocalipsis, 7, 9-10)

Todos los santos, una muchedumbre inmensa. Es una gran fiesta, la fiesta de puertas abiertas del cielo. No fueron los impecables, sino que sufrieron heridas en las batallas de la vida. Fueron los que, cuando cayeron, pidieron perdón y se levantaron. Hechos de la misma pasta que nosotros, no se desalentaron, se levantaron y siguieron adelante.

"¿Quiénes son esos que vienen vestidos de vestiduras blancas y de dónde han venido?

   - El Señor respondió:

   - Estos son los que vienen de la gran tribulación, los que  han lavado y blanqueado sus túnicas con la sangre del Cordero." (Apocalipsis, 7, 13-14)

Ellos lucharon contra enemigos de dentro (la pereza,  la vanidad, el orgullo ...) y contra enemigos de fuera (leyes injustas, ejércitos ...) Y vencieron. Vencieron eligiendo a Dios. Vencieron por amor a Cristo y porque se sabían amados por Cristo.

Ellos fueron sufridos que heredaron la tierra.  Ellos lloraron ,pero fueron consolados. Fueron misericordiosos y alcanzaron la misericordia. Tenían limpio el corazón y vieron a Dios. Fueron perseguidos por causa de la justicia  y ahora poseen el Reino de los Cielos. Y nosotros llevamos sus nombres: María, José, Antonio, Francisco, Teresa ...

Entre ellos también están familiares nuestros, amigos, vecinos, contemplándonos con cariño, intercediendo por nosotros y ofreciéndonos su ayuda.

Se diferencian del resto solo en dos cosas: en el deseo constante que tuvieron  los santos de serlo y en la conciencia viva de las propias deficiencias aceptadas y combatidas.

Qué consuelo es pensar que la santidad, aunque la deseamos, no es obra nuestra, sino un don, un regalo, un dejarse invadir por la Gracia de Dios, un apasionarse por el cielo y dejarse amar por Dios. Está a tu alcance y al mío, solo hay que desearlo y abandonarse en los brazos del Padre, sustituyendo, de manera lenta, la voluntad propia por su voluntad, dejando huella sin darse cuenta, siendo fermento de amor calladamente, en las cosas pequeñas.

¡Qué aventura de transformación profunda!

¡El cielo nos espera!

Un cariñoso abrazo

Jesús y Pilar

LAS PALMAS 5