Navidad 2019

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Navidad 2019

             La Navidad es memoria agradecida de un don que se actualiza permanentemente: Celebramos el encuentro de Dios con nosotros y de nosotros con Dios.

             Dios mismo, viéndonos desvalidos, en Jesús ha compartido la vida con nosotros, nos ha abierto su intimidad y se ha ganado nuestra confianza. Él nos ha tratado como amigos, nos ha  invitado a su mesa y se ha puesto a servirnos. También ha hecho suyo nuestro dolor, sanando nuestras heridas y abriéndonos a la esperanza. Jesús continúa haciéndose el encontradizo en los que más sufren; y, dando la vida por todos, nos invita a seguir su mismo camino abrazando la cruz de cada día. De este modo, pasando por uno de tantos, Dios se ha puesto a nuestro alcance. ¡Qué gran regalo hemos recibido habiendo sido incorporados a la familia de los hijos de Dios! El que nos ha creado a imagen y semejanza suya, ha limpiado la oscuridad de nuestros ojos y, al tiempo que nos hace vislumbrar su intimidad, ha hecho que nuestra vida adquiera verdadero sentido.

             Sin dejar de ser una fiesta entrañable, la Navidad a muchos de nosotros nos impone un ritmo agotador. Solemos adornar nuestras casas; abundan los encuentros de familia y con los amigos; salimos a la calle, visitamos Belenes, nos hacemos regalos, frecuentamos más las Iglesias, tenemos algún detalle con los que peor lo pasan, etc. Son muchas las cosas que no pueden faltar y parece obligado tener sensaciones especiales. Pero ¿cómo ser adoradores de Dios en medio de tanta vorágine? Hacerlo resulta difícil sin marcar distancia de algunas costumbres, a veces inducidas, que pueden hacernos perder de vista lo fundamental. A mi modo de ver, estas fiestas deberían comenzar con un buen retiro o una buena sentada; y, teniendo a Dios en medio, poner el corazón en lo verdaderamente importante. Solo de este modo también lo demás cobrará sentido.

             Aunque, cada día,  el Señor sigue saliendo a nuestro encuentro, a veces no le vemos, porque estamos demasiado acomodados, distraídos o dispersos. A este propósito, me viene a la mente una frase de Madeleine Delbrêl que inspira mi actual regla de vida y podría serviros también a vosotros: Señor, si tú estás en todas partes ¿cómo es que yo siempre me las arreglo para estar en otro sitio? No demos por hecho que ya conocemos la voluntad de Dios y el camino a seguir. Con ello, olvidamos que Él sigue siendo un Misterio que nunca se deja manipular y no siempre se produce el encuentro. A veces, es mi caso, tengo la sensación de estar dando vueltas en mi propia “zona de confort”, en lugar de salir a la intemperie, dejar que se caigan muchas adherencias y retomar un camino de fe, como el de Abrahán y tantos otros creyentes, que me haga seguir a Jesús ligero de equipaje, en circunstancias siempre nuevas. Adorar al Señor, no siempre cuestiona mi modo de vida, no me hace ser más exigente conmigo mismo, ni me hace implicarme en un cambio social que redunde en bien de los hermanos que más lo necesitan.    

             La Palabra hecha carne habita en nosotros para que seamos Evangelio vivo en nuestros hogares, para encarnar y transmitir el amor de Dios a todos. Es un camino compartido, a través del cual, la persona que Dios ha puesto a tu lado será como un ángel (mensajero de Dios) para avanzar juntos por el camino de la santidad. En los primeros números de la Gaudete et Exsultate, el Papa Francisco nos invita también a rescatar de la memoria el recuerdo de tantas otras personas que, con su testimonio y perseverancia, nos han alentado en nuestra vida de fe. Quizás no fueron siempre perfectas, dice el Papa, pero aún en medio de sus imperfecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al Señor. Estamos rodeados, guiados y conducidos por amigos de Dios; en estos días, acordémonos y demos gracias al Señor por ellos. En los padres que crían con amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo, en esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia. Esa es muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios (GE 7). Tú también deberías preguntarte qué espera el Señor de ti en cada momento y circunstancia de tu vida, cuál es la palabra que Dios quiere transmitir al mundo con tu vida.

             Te deseo una Feliz Navidad

Manolo Segura cmf