El Papa Francisco con los Equipos de Nuestra Señora

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El Papa Francisco con los Equipos de Nuestra Señora

El 10 de septiembre el Papa Francisco recibió en la Sala Clementina del Vaticano a más de 300 miembros de los Equipos de Nuestra Señora, representantes de todo el mundo, que se encontraban en Roma en el III Encuentro Internacional de Responsables Regionales. Estas fueron las palabras que el Papa nos dirigió a todos:

Alocución del Papa Francisco a los participantes en el encuentro organizado por los Equipos de Nuestra Señora

Aula Clementina, jueves 10 de septiembre de 2015.

Me alegra acogeros, queridos responsables y consiliarios de los Equipos de Nuestra Señora, con ocasión de vuestro encuentro mundial. Esta reunión que me regocija vivir con vosotros precede en algunas semanas al Sínodo de los Obispos que he querido congregar en Roma, para que la Iglesia se vuelque cada vez con más atención sobre lo que viven las familias, células vitales de nuestras sociedades y de la Iglesia, y que se encuentran, como sabéis, amenazadas en el difícil contexto cultural actual. Os pido en esta ocasión, así como a todos los matrimonios de vuestros equipos, que tengáis a bien orar con fe y fervor, por los Padres sinodales y por mí.

Es evidente que un movimiento de espiritualidad conyugal como el vuestro encuentra todo su espacio en el cuidado que la Iglesia quiere dar a las familias, tanto por la maduración de los matrimonios que participan en vuestros equipos, como por el apoyo fraterno proporcionado a los demás matrimonios a los que son enviados.

Me gustaría, en efecto, insistir sobre este papel misionero de los Equipos de Nuestra Señora. Cada matrimonio comprometido recibe mucho, ciertamente, de lo que vive en su equipo, y su vida conyugal se profundiza y se perfecciona gracias a la espiritualidad del movimiento. Pero, después de haber recibido de Cristo y de la Iglesia, el cristiano se encuentra irresistiblemente enviado hacia afuera para dar testimonio y transmitir lo que ha recibido. “La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados.” (Evangelii gaudium, 120). Los matrimonios y las familias cristianas son, a menudo, los mejor situados para anunciar a Jesucristo a las demás familias, para apoyarlas, fortificarlas y animarlas. Lo que vivís en pareja y en familia –acompañado por el carisma de este movimiento-, esta alegría profunda e irreemplazable que Jesucristo os da a experimentar por su presencia en vuestras casas en medio de las alegrías y las penas, por el gozo de la presencia de vuestro cónyuge, por el crecimiento de vuestros hijos, por la fecundidad humana y espiritual que os concede, todo eso es lo que tenéis que testimoniar, anunciar, comunicar hacia afuera para que otros se vean, a su vez, puestos en camino.

En primer lugar, animo pues a todos los matrimonios a poner en práctica y a vivir en profundidad, con constancia y perseverancia, la espiritualidad que siguen los Equipos de Nuestra Señora. Pienso que los “puntos concretos de esfuerzo” propuestos son verdaderamente ayudas eficaces que permitirán a los matrimonios progresar con seguridad en la vida conyugal por el camino de la Iglesia. Pienso en particular en la oración conyugal y en la oración familiar, bella y necesaria tradición que siempre ha portado la fe y ha sostenido la esperanza de los cristianos, desgraciadamente abandonada en muchas regiones del mundo; pienso también en el tiempo de diálogo mensual propuesto entre los esposos –el famoso y exigente “deber de sentarse” que va tan a contracorriente de los usos de un mundo apresurado y agitado que lleva al individualismo-, momento de intercambio vivido en la verdad bajo la mirada del Señor, tiempo precioso de acción de gracias, perdón, respeto mutuo y atención al otro; pienso en fin en la participación fiel en la vida de equipo, que da a cada cual la riqueza de la enseñanza y la puesta en común, así como la ayuda y el consuelo de la amistad. Subrayo, de pasada, la fecundidad recíproca de este encuentro vivido con el sacerdote consiliario. Os agradezco, queridos matrimonios de los Equipos de Nuestra Señora, que seáis otro apoyo y fuente de ánimo en el ministerio de vuestros sacerdotes que siempre encuentran, en contacto con vuestros equipos y vuestras familias, gozo sacerdotal, presencia fraterna, equilibrio afectivo y paternidad espiritual.

En segundo lugar, invito a los matrimonios, fortificados por la reunión de equipo, a la misión. Esta misión que les es confiada y que es tanto más importante que la imagen de la familia –tal cual Dios la quiere, compuesta por un hombre y una mujer para el bien de los cónyuges tanto como de la generación y educación de los hijos- se ve deformada por poderosos proyectos contrarios subyacentes a colonizaciones ideológicas. Por supuesto, sois ya misioneros por la irradiación de vuestra familia hacia vuestras redes de amistades y relaciones, incluso más allá. Puesto que una familia feliz, equilibrada, habitada por la presencia de Dios, habla por sí del amor de Dios a todos los hombres. Pero también os invito a comprometeros, si os resulta posible, de un modo cada vez más concreto y creatividad incesantemente renovada, en las actividades que pueden organizarse para acoger, formar y acompañar en la fe fundamentalmente a las parejas jóvenes, tanto antes como después del matrimonio.

También os exhorto a que sigáis acercándoos a las familias heridas, tan numerosas hoy en día, sea por falta de trabajo, pobreza, un problema de salud, luto, preocupación causada por un hijo, desequilibrio por el alejamiento o la ausencia, por un clima de violencia. Es preciso atreverse a ofrecerse a estas familias, con discreción pero con generosidad, sea materialmente, humanamente o espiritualmente, en las circunstancias en las que se ven fragilizadas.

En fin, no puedo sino animar a los matrimonios de los Equipos de Nuestra Señora a ser instrumentos de la misericordia de Cristo y de la Iglesia hacia las personas cuyo matrimonio ha fracasado. Nunca olvidéis que vuestra fidelidad conyugal es un don de Dios, y que cada uno de nosotros también hemos sido objeto de misericordia. Un matrimonio unido y feliz puede comprender mejor que cualquier otro, como desde dentro, la herida y el sufrimiento que provocan un abandono, una traición, una falta de amor. Importa pues que podáis dar testimonio de vuestra experiencia para ayudar a las comunidades cristianas a discernir las situaciones concretas de estas personas, a acogerlas con sus heridas, a ayudarlas a caminar en la fe y la verdad, bajo la mirada de Cristo Buen Pastor, para que tomen su justa parte en la vida de la Iglesia. Nunca olvidéis el indecible sufrimiento de los hijos que viven esas dolorosas situaciones familiares: podéis darles mucho.

Queridos Equipos de Nuestra Señora, os renuevo mi confianza y mis ánimos. La causa de beatificación de vuestro fundador, el Padre Henri Caffarel ha sido introducida en Roma. Rezo para que el Espíritu Santo ilumine a la Iglesia en el juicio que hará para pronunciarse a este respecto. Confío vuestros matrimonios a la protección de la Virgen María y de San José, y os concedo, de todo corazón, la Bendición apostólica.