Adviento
Hace poco, la madre de un joven cooperante en un país de América Latina me dijo: ¡Solo faltan quince días! ¡Estoy deseando verlo! ¡Le echo mucho de menos! Se refería a su hijo. Esa familia lleva tiempo preparando el retorno con ilusión. La habitación está lista, La despensa repleta de aquello que le gusta y los amigos bien dispuestos a celebrar el reencuentro. Cuando llegue, por unos días, volverá a ser “el rey de la casa”. Arturo, que así se llama, es parco en palabras, pero seguro que experimenta cierta añoranza y, haciendo memoria del tiempo transcurrido fuera de casa, poco a poco irá contando esas anécdotas y vivencias que han dejado en él una profunda huella.
¡Qué alegría produce encontrarnos con las personas que queremos! ¡Y cómo disfrutamos celebrando las fechas señaladas! ¿No deberíamos vivir de modo parecido el Adviento?
Como cada año, comenzamos un tiempo de preparación a la Navidad. Es nuestro modo de combatir la tendencia a aferrarnos a este mundo, perdiendo la conciencia de que es perecedero y en él solo estamos de paso. Porque ser cristiano es mantener viva la tensión hacia ese más que llamamos Reino de Dios y se expresa en el anhelo de un abrazo definitivo y transformador del Padre. Llegará un día en que la fe y la esperanza dejarán de ser necesarias porque gozaremos plenamente del amor de Dios. Mientras tanto, recordemos agradecidos que, por su encarnación, Dios mismo se ha puesto a nuestro alcance y nos hace experimentar el amor que nos tiene. Tenemos un espíritu de familia: el Espíritu Santo, que nos invita a llevar una vida sobria, honrada y religiosa, para que hagamos partícipes de ese amor de Dios a los que todavía no le conocen.
Te animo a hacer memoria y toma conciencia de que un día el Señor entró en tu vida, se ganó tu corazón y, poco a poco, se fue convirtiendo en “el rey de tu casa”. En su momento te enamoraste y comenzaste a compartir la vida con una persona de modo singular y con los hijos que el Señor te iba regalando. Entrasteis en el Movimiento y, de la mano de María, experimentasteis que, a semejanza de la Familia de Nazaret, vuestro hogar había sido consagrado por el sacramento del matrimonio como Iglesia doméstica y podía ser lugar de escucha, acogida y encuentro con el Dios que vino a habitar entre nosotros. Está claro el modelo a seguir, el camino que ha servido y sirve a otros a crecer en santidad (oración personal y conyugal, sentada, puntos de esfuerzo, coherencia de vida…). Pero, aunque el Señor es fiel, no siempre se lo ponemos fácil y, con frecuencia, sentimos que flaquean las fuerzas para mantener nuestras lámparas encendidas.
Acoge al Señor que llega para quedarse, pregúntale que espera de ti, toma conciencia de que el amor de Dios inunda tu corazón y secunda el querer de Dios en tu vida. Atrévete a hacerlo junto con tu pareja y haz que tu hogar se parezca al de María. Camina a la luz del Señor con dignidad, la de saberte hijo o hija de Dios, creado imagen y semejanza suya. Esfuérzate por serle fiel y entonces tu vida irradiará luz y alegría. Si vives con esperanza y te mantienes firme en la carrera, llegará el día en que tu adviento dará paso a una hermosa Navidad.
Manuel Segura, cmf.