Caminar con el Resucitado como los discípulos de Emaús
Pocas veces tantas personas hemos podido identificarnos tanto con lo que vivían los discípulos de Emaús cuando regresaban a su aldea el primer día de la semana, con el anuncio de la resurrección del Señor oído, pero no asimilado. Su estado de ánimo deja traslucir una profunda desolación espiritual: abatidos, sobre todo faltos de esperanza, para lo que no les faltaba motivo. Acumulamos mucho tiempo de confinamiento, el dolor por las personas próximas que han caído enfermas, y más por las que han muerto en soledad, por el duelo sin contacto, por el descalabro económico y por la crisis económica que se anticipa profunda. A todo ello le sumamos la falta de acceso a los sacramentos, a los signos tangibles y eficaces del amor que Dios nos derrama por Jesucristo en el Espíritu Santo. Un confinamiento como el que vivimos nos sitúa en una experiencia semejante a la que vivió Israel en su éxodo por el desierto, a la que vivió Jesús en su retiro de cuarenta días tras el bautismo. En el desierto, vivimos a la vez en la presencia más inmediata de Dios, en cuyas manos estamos, y con la sensación subjetiva de que no está ni actúa. Es el Dios escondido, Dios salvador, ciertamente: y vivimos la experiencia paradójica de una fe que crece a la vez que se tambalea. Estamos sometidos a la prueba.....
Podéis ver el resto de esta homilía en https://youtu.be/j-1vinN61c8